Los Mutilados, 1923
Siruela. Madrid
2012
160 páginas
Una de las primeras
aproximaciones a la literatura ocurre con el placer que nos genera una historia
al pasar las páginas. Esto crea cierta complicidad entre autor y lector,
vínculo que disuelve toda lógica de espacio y tiempo. Nosotros, como lectores,
estamos dispuestos a aceptar el entramado que comenzará a tejerse una vez que
abramos el libro. Pero para que esto ocurra, el autor debe seducirnos con solo
algunas palabras que remezan alguno de nuestros sentidos. Hermann Ungar escogió
Los Mutilados y esta combinación de
artículo – sustantivo es suficiente para provocar la curiosidad de nuestra
mente lectora, haciéndonos retroceder un paso y bajar de nuestra posición
civilizada, despertando una morbosidad que esperamos estimular con lo que se
esconde tras esa combinación.
Existe un proverbio antiguo
que dice “la venganza es un plato que se sirve frío”. Probablemente Franz
Polzer, protagonista en la novela de Ungar, no lo sabe. Pero su historia es la
historia de la venganza. Venganza del ser oprimido, insignificante, aquel que
ni siquiera tiene conciencia de sus miembros. Es más, se le presentan como
elementos fraccionados tal como deja ver Polzer tras la amputación de Karl
Fanta: “¿Qué han hecho con el brazo?” es su pregunta.
Estas fracciones son lo que
dan cierta idea del sujeto moderno. Cada reunión con Fanta, cada excursión con
la viuda Porges, cada intercambio de palabras con un compañero de la banca no
solo articulan la trama sino que configuran a un personaje como Polzer. Es por
estos acontecimientos que logramos hacer una idea de él, logrando trascender a
una figura más compleja que la mera bidimensionalidad descrita en las páginas.
Polzer es una construcción
histórica, una acumulación de la escoria que las sociedades han ido barriendo
siglo tras siglo bajo la alfombra. Y esta es la venganza, no de Polzer sino de
Ungar. Levantar aquel bello tapete que ha decorado nuestros espacios íntimos y
mostrarnos su repugnancia, que el hedor de aquel cuerpo en descomposición
impregne cada fibra de nuestro hábitat, hasta vivir en una constante náusea.
Vuelvo al viejo proverbio. Si
el contenido de Los Mutilados es la
venganza, Ungar, para entregarnos este plato, ha bajado la temperatura tantos
grados, que una fina capa de hielo ha cubierto su producto. Y es que aun cuando
este contenido se acerque a un visceral expresionismo, este ha sido registrado
en las páginas por medio del más frío objetivismo. Esta unión que a primera
vista puede parecer contradictoria es un atributo que el lector debería
agradecer, ya que amplía de manera sustancial el rango de interpretación.
Especialmente cuando nos toca juzgar si el testimonio que se nos presenta
merece nuestra compasión, nuestra burla o nuestro desprecio. En fin, cualquiera
sea el territorio que decidiremos explorar ante el patetismo de nuestro Polzer.
Casos tales como el nudo dramático que gira en torno a un diminuto agujero en
su pantalón: “Polzer, aterrorizado, puso el sombrero sobre el agujero. Durante
toda la tarde, sostuvo el sombrero sobre el agujero con ademán protector”.
Recursos como la reiteración y
la omisión podrían ser lapidarios en otros autores, pero Ungar está cincelando
un epitafio con su narrativa. Estos recursos dan fuerza y ayudan a posicionar
las palabras escritas en el mármol que se erige sobre el verde prado de la
historia de la literatura.
La reiteración cumple dos
funciones. Las primeras diez veces que Polzer piensa en “la raya del pelo”, ya
sea de la cabeza de su tía o de la cabeza de la viuda Porges, Ungar no está
tratando de reafirmar aquella imagen en la mente de nuestro protagonista sino
en la nuestra, que podamos establecerla e identificarla como un símbolo en su
narrativa. Pero hacia la trigésima vez que leamos “la raya del pelo”, Ungar ha
destruido cualquier tipo de conexión con una cabeza, ha dejado caer aquella
imagen en el vacío del absurdo y la locura, tanto de Polzer como nuestra,
evidenciando la ridiculez de nuestra condición racional, la pretensión de querer
dar lógica a cada estímulo que electrifica nuestras fibras. De igual manera con
muchas otras imágenes, las configura de manera que aparenten dar sentido a la
psiquis de Polzer, luego las repite una y otra vez hasta que nuestro cerebro
las suelte y se entierren en nuestra piel.
Las omisiones se vuelven una
de las mayores fortalezas. Por cada detalle que la novela oculte nuestra mente
dará una decena de posibilidades, cada una más macabra que la anterior. Y es en
esta espiral al abismo que la novela ha encontrado su lugar en nosotros, se
alza reclamando su lugar como miembro de un cuerpo que no sabíamos existía.
Para concluir, retomo la imagen
del plato servido frío. Es comprensible que el autor haya escogido la frialdad
como temperatura para servir (a) su venganza, ya que una novela como Los Mutilados solo puede surgir de las
entrañas, la tinta con que fue escrita tiene que haber estado conectada a las
arterias de Ungar y una incisión debió tomar lugar en su momento, de manera que
Ungar pudiese deshacerse de este miembro y hoy lo podamos encontrar en la
estantería de alguna librería o biblioteca. De ser así, solo la frialdad puede
evitar la descomposición y permitir que Los
Mutilados pase la prueba del tiempo sin ningún deterioro. Con esto en
mente, quizás podamos ser nosotros los que respondamos a la pregunta de Polzer
-“¿Qué han hecho con el brazo?”-. Ha estado cubriéndose de polvo en distintas
estanterías, esperando que algún valiente se acerque y vea el corte efectuado
en donde antes había estado un hombro. Que aquel corte dé cuenta que ese
miembro alguna vez estuvo conectado a un cuerpo que albergaba el calor de la
vida misma. Que aquel corte dé cuenta también de la enfermedad que arrebató
aquel calor de dicho cuerpo. Que aquel corte nos haga entender que a veces
enfermedad y cuerpo son uno solo.
Y mientras mayor proximidad
procuremos, la obra de Ungar comenzará a perder su frialdad y subirá paulatinamente
sus grados, debido que será de nuestro calor que se alimentará. Y aceptaremos
de buena gana este pacto, ya que una vez subida la temperatura, nos atraerá el
color y olor que este corte desprenda. Ese
es el placer que nos otorga Los Mutilados,
el goce de que aunque caminemos sobre nuestros dos pies aún somos bestias que
reaccionan al aroma de la carne fresca.
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